Algunos memoriosos recuerdan a Cándido Palazzo como a un técnico sin suerte. Otros, en cambio, aseguran que era un mediocre. Nunca había peleado por obtener un campeonato y tampoco había sufrido ante la posibilidad de un descenso. No había ganado ni perdido nada: siempre en la mitad de la tabla. Sus equipos eran sólo para rellenar. Salvo aquella vez que dirigió al Club Deportivo Noche Oscura.
El Deportivo Noche Oscura estaba peleando para llegar a la final de la Copa de Oro Venado Rengo, de aquella ciudad del interior, y para lograrlo enfrentaba en semifinales al Club Social de Ajedrez y Pesca. El técnico del “Aje” –como lo llamaban los hinchas- había dispuesto marcas hombre a hombre sobre los más hábiles rivales: Tito Troncoso, Beto Fierro y el Máquina Aranguren, un juvenil de 16 años que medía 1,98 mts. y pesaba más de cien kilos, pero tenía una gambeta incontrolable, incluso para él.
Cuando terminó el partido con victoria por 2 a 0 y clasificación a la final para el Deportivo Noche Oscura, Cándido Palazzo no lo podía creer. “¡Esta vez se te da, Palazzo!”, le dijo un amigo. Solo restaba derrotar al Unidos Venceremos Fobal Club el domingo próximo, en cancha neutral.
Pero la pesadilla no tardaría en comenzar: durante el entrenamiento del miércoles, cuando se internaba en el área y apuntaba para disparar al arco, Beto Fierro cayó como fulminado por un rayo. Inmediatamente corrieron a auxiliarlo pero era inútil, Fierro se había fracturado el tobillo al introducir su pie en un hormiguero de considerables dimensiones que el cuidador de la cancha no había detectado. El pobre delantero fue trasladado al Hospital Regional de Obtusos, donde le informaron que no podría volver a jugar al fútbol por unos cuantos años. La noticia no afectó el humor de Cándido Palazzo, quien se negaba a pensar que otra vez la suerte le pasaría de largo.
Pero el jueves, el Destino le daría un nuevo mazazo en la nuca. Tito Troncoso habíase escapado de la concentración para festejar el cumpleaños de una amiga. Habían bebido mucho y luego recorrieron las calles de la ciudad en el auto de ella, a alta velocidad, culminando la loca carrera contra un patrullero. Troncoso pasó la noche en la comisaría y el Juez dictaminó que pasaría los próximos tres meses en la cárcel, lo cual lo marginaba automáticamente de la final. Ahora las cosas empezaban a complicarse. Ese día, Palazzo dio por finalizado el entrenamiento bastante temprano. Eran dos bajas importantes, pero no se dejaría vencer por los contratiempos.
El viernes fue un día muy promisorio, pues el técnico encontró un planteo táctico muy novedoso con el que ya no necesitaba ni a Fierro ni a Troncoso, aunque ahora la mayor parte del éxito dependía del juvenil Aranguren. Y si de éxito se trata, nadie como Aranguren para hacer suspirar a las muchachas del pueblo, que acudían por miles a presenciar los entrenamientos del Deportivo Noche Oscura para ver al Máquina acomodarse su enrulada cabellera luego de cada cabezazo, de cada pique, de cada pase… Las chicas, agolpadas contra el alambrado, le gritaban cosas obscenas y groseras de tal calibre que ni los operarios de la metalúrgica local se atrevían a usar. Lejos de molestarse, Aranguren alimentaba su ego, aunque era muy custodiado por su madre quien no lo dejaba ni a sol ni a sombra.
(Fin de la parte 1)
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