Pero la esperanza fue exterminada, cual cucaracha pisoteada, desde el primer entrenamiento. Estaba muy claro que Somalia no conseguiría ningún logro futbolístico.
Y ahora estaban en la cancha, los once titulares (los suplentes eran igual de malos, pero alguien tenía que ser titular), jugando contra Omán. Éstos eran tan malos como los africanos y fue por eso que Apparente insistió para jugar contra ellos. El partido era muy pobre, jugado a puro pelotazo hacia la tribuna. Si el técnico hubiese prestado atención habría descubierto en las tribunas a más de un arquero mejor que el que defendía los colores de la selección, pero estaba preocupado por lo que veía en la cancha. Con el correr de los minutos se hacía evidente que iba a ser necesario un milagro para que el partido no terminara sin goles, porque aunque los errores defensivos eran muchos y muy gruesos, los delanteros parecían tener puestos lo botines al revés. Es decir, con los tapones para arriba.
En las tribunas, la gente coreaba: “En-glen-gue, En-glen-gue” y por un instante Hermético Apparente dejó de ver el partido y pudo escuchar al público. Muy intrigado, le consultó a su ayudante de campo qué era lo que la hinchada decía.
–Piden a Englengue, jefe –respondió.
Pero justo el árbitro cobró un penal a favor de Omán y entonces Apparente volvió a concentrarse en el partido: el número nueve de Omán era retirado en camilla con una fractura expuesta de tibia y peroné. Pero ni siquiera de penal podían convertir.
El partido terminaba, sin goles, pero la gente igual cantaba. Aún coreaban “En-glen-gue, En-glen-gue” y entonces Apparente le preguntó a su asistente quién era Englengue.
–Fue la figura de la selección en la última Copa de África –le refirió el ayudante.
–Y, ¿cómo puede ser que yo no lo haya visto jugar? –se indignó eltécnico.
–Porque tiene 68 años y juega en un club de barrio.
Ante la sorpresa de Apparente, un viejito con bastón se acercó al banco de suplentes: era Englengue. Tenía puesta la camiseta azul celeste de la selección y quería jugar. El técnico no lo podía creer, pero lo hizo entrar.
La tribuna estalló de alegría cuando el anciano del bastón se estacionó en el área rival, con tanta suerte que un centro fue a rebotar en su cabeza y terminó en gol. Luego lo llevaron en andas. El partido no había terminado, pero a nadie le importó: todos se fueron a festejar, incluso los jugadores.
Al día siguiente, bien temprano, Hermético Apparente renunció.
(Final de "Una ardua tarea")
(Ver Parte 1)
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