Pero ya no había ni socios ni público así que volvió a bajar los precios de las entradas hasta que fueron gratis y con ellas se regalaban carnets de socios. De a poco y con desconfianza la gente fue volviendo, pero para cumplir con su sueño Huidobro necesitaba mas ideas geniales. Un día el público se encontró con una sorpresa: donde antes había una pista de atletismo, alrededor del campo de juego, crecía un moderno y lujoso shopping que funcionaba antes, durante y después de los partidos. El equipo se mantenía en la mitad de la tabla pero al DT no le importaba nada: con los ingresos del alquiler de los locales del shopping el estadio ya había alcanzado una altura de mil metros y las butacas totalizaban un millón doscientos trece mil quinientas. La obra ya había ingresado en el libro Guinness como la mayor mamarrachada hecha por un ser pensante, pero Huidobro quería mas. Grande fue la alarma de los directivos cuando el manager les contó acerca de su nuevo proyecto, pero aseguraba que este sería el último y que el club alcanzaría la gloria y que Dios se haría fanático del CCJA y tantas otras locuras que logró exaltar a la Comisión y consiguió una nueva cuota de confianza. Así fue que comenzó la idea más audaz y ambiciosa de todas cuantas salieron de la afiebrada mente del técnico: levantó un parque de diversiones en una de las áreas grandes, con montaña rusa y todo. La AFA ensayó una tibia protesta, pero Huidobro logró convencerlos con sus argumentos y así los partidos se llevaron a cabo entre calesitas y autos chocadores, lo que favoreció el juego de los más habilidosos.
Pero una tarde de domingo en que jugaban CCJA y Atlético Mechongué, un carro de la montaña rusa se precipitó al vacío cayendo sobre un juez de línea, por lo que el árbitro se vio obligado a suspender el partido.
Al equipo local le quitaron los puntos: todos los que había obtenido, por lo que descendió de categoría. Pero además fue clausurado el parque de diversiones, el shopping y el estadio entero. Las obras se paralizaron, junto con los sueños del pobre Huidobro que enloqueció definitivamente y debió ser internado en un hospital siquiátrico. En ese momento el estadio tenía una altura que era, apenas, diez centímetros menor a la del Aconcagua.
Pero una noche tormentosa, de mucho viento, el estadio se desmoronó y no quedó nada en pié, salvo los arcos.
Así terminó el sueño de Epifanio Huidobro, un manager exagerado.
(ver Parte 1)
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